No tengo mucho que ofrecerte, pero supongo que si estás leyendo estas palabras es porque te interesa saber algo de mí. Antes de seguir con el relato, es mi deber informarte que, ordinaria, mi vida es y es sencillamente mi debilidad. Pero no por estar yo enamorada de quién soy, significa que tu también lo estarás. Así que te advierto, querido lector, que soy como una margarita, ni la mejor ni la peor de todas las flores.
Ordinaria, mi vida es, porque nací en esta ciudad, en la misma en donde todos estamos parados. Tengo una familia bastante convencional. Estudié en un colegio muy tradicional. Y mis relaciones están fundadas en los gustos comunes y similitudes que encuentro en las demás personas, con las cuales me identifico. Así, repito, mi vida no sale de lo normal. No tengo una gran historia, pero tengo lo que soy para ofrecer.
Sencillamente mi vida es mi debilidad, porque no pude haber elegido mejor lugar en donde crecer y formarme como persona, más que en la ciudad de Puebla. Y mi orgullo es sentirme mexicana. Amo la cultura. Me encanta toda la comida, y no me tachen de presuntuosa, pero puedo asegurar que la gastronomía poblana es la mejor de la República. La forma de ser de los mexicanos, ese caluroso saludo que no encuentras en ningún otro lugar, atrae e incluye a cualquiera.
Mi familia constituye la parte más grande de mi debilidad. Me ha enseñado más de lo que soy consciente. Tengo cinco hermanos mayores, de los cuales rescato las mejores virtudes y, a la vez, los peores defectos. Y toda la sabiduría viene de mis dos padres. Mi mamá es buena. Así, sin más explicaciones, porque no hay medida, ni tampoco suficiente descripción para su bondad. Mi papá, mientras tanto, es la persona con el carácter más fuerte que conozco, pero le admiro su incansable trabajo y su preocupación incesante por el prójimo.
Vivo encantada de la gente. E intuyo que eso tiene una explicación lógica y simple. Y la razón principal se la debo al destino, que solo ha cruzado personas increíbles en mi camino. Tengo amistades, que por más ordinarias que parezcan, para mí valen oro y son el mayor tesoro que poseo.
Colecciono despedidas. Por más imposible que suene, en mi mente están guardados todos los adiós que he dicho. Y tengo suerte, porque hasta ahora, ninguno ha sido un hasta nunca. Siempre me despido con la intención de reencontrarme con las personas y me encanta quedarme con esa melancolía de haber conocido a alguien y saber que nos vamos a volver a ver. Para mí, el despedirse no solo es un acto de cortesía, ni mucho menos un modal. Es una transición que, si se profundiza en ello, nos da la explicación de nuestra manera de ser.
Y a partir de esto, de mí misma queda mencionar, que no soy extraordinaria, pero soy ordinariamente feliz.
Ordinaria, mi vida es y es sencillamente mi debilidad.
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